EL MAL MORAL
¿Qué significa eso de que por sus frutos se
conoce el árbol? ¿No hablaba el Señor de las dos voluntades del hombre, la
buena y la mala, llamando a la una árbol bueno y a la otra árbol
malo? Porque de la buena voluntad nacen las obras buenas, y de la mala
las malas, sin que puedan las obras buenas nacer de una voluntad mala, y
viceversa.
Nos preguntan de dónde ha nacido el mal.
Respondemos que del bien, pero no de aquel sumo e inconmutable Bien. Los males
han nacido, por lo tanto, de estos bienes inferiores y mudables. Entendemos
que el mal no puede ser una naturaleza, sino un vicio de ésta; pero, sin
embargo, entendemos también que no puede por menos de nacer y vivir en alguna
naturaleza y que no puede haber nada que sea malo si no se ha separado de la
bondad. Pero ¿de quién es defecto el mal sino de alguna naturaleza? Porque
hasta la misma voluntad mala es voluntad de alguna naturaleza. Tanto el ángel
como el hombre son naturalezas, y la voluntad, si es voluntad, no puede por
menos de pertenecer a alguien. Pero a tanto alcanza la voluntad, que es capaz
de cualificar a la naturaleza a quien pertenece. Porque si preguntan qué es el
ángel o el hombre de mala voluntad, se os responderá con toda razón: Malo; y la
razón es que reciben su cualificación más de su voluntad, que es mala, que de
su naturaleza, que es buena. La naturaleza es una substancia capaz de recibir
la bondad o la malicia; capaz de recibir la bondad, participando del Bien, por
quien fue hecha; y de recibir la malicia, 110 porque participe de algún mal,
sino porque es privada del bien; esto es, no porque se mezcle con alguna
naturaleza mala de suyo, puesto que no existe una naturaleza mala en cuanto
tal, sino porque se separa del Bien sumo e inconmutable.
La calificación moral procede de la voluntad.
El árbol bueno no produce frutos malos, frase
con la que el Señor no indica una naturaleza de la cual salgan esos frutos de
que habla, sino una voluntad buena o mala, cuyos frutos son las obras, que no
pueden ser malas si proceden de una voluntad buena, ni buenas si son producidas
por una voluntad mala.
Pero quizás tú u otro me pregunte: ¿Cómo es
que un árbol creado por el hombre, a saber, su buena voluntad, no puede
producir frutos malos, y, en cambio, de la naturaleza, que fue creada por Dios,
pueden nacer árboles malos (la mala voluntad), que producen frutos malos? Dios
produce la naturaleza buena, y de la naturaleza buena puede salir una voluntad
mala. El hombre produce una voluntad buena, y de ella no pueden salir obras
malas. ¿Puede el hombre más que Dios? Oíd diligentemente lo que nos dice
Ambrosio: “¿Qué es la malicia sino la falta del bien? No hay nada malo sino
aquello que es privado del bien, porque la raíz de la malicia consiste en la
falta del bien.
Deduce tú de esto que la voluntad mala es un
árbol malo porque se ha separado del sumo Bien, con lo cual el bien creado se
priva del Bien creador, y así se puede encontrar en él la raíz del mal, que no
es otra sino la falta del bien. Y la voluntad buena es árbol bueno, porque, por
medio de ella, el hombre se dirige al sumo e inconmutable Bien, donde
se llena de él y produce frutos buenos. Pero Dios es el autor de todos los
bienes, tanto de la naturaleza buena como de la voluntad buena, la cual no
puede hacer nada si Dios no obra en ella.
La hipocresía.
1. Pureza de intención y fingimiento hipócrita.
Los que se apartan de aquella íntima y
secretísima luz de la verdad, no encuentran donde pueda complacerse su
soberbia, como no sea con fraudes y engaños. De ahí nace la hipocresía, en la
que algunos son tan hábiles, que pueden engañar a cuantos quiera. El ojo
limpio, al obrar el bien, no debe pretender las alabanzas humanas ni referir a
ellas sus obras buenas, esto es, no debe hacer el bien para agradar a los
hombres. En caso de no buscar más que las alabanzas humanas, bastaría con
simular el bien, porque los hombres, incapaces de ver el corazón, alabarían lo
falso; los que esto hacen simulan la bondad y son hombres de corazón doble. No
tienen, por lo tanto, corazón sencillo, es decir, limpio, que desprecie las
alabanzas humanas y mire y desee complacer únicamente, con su vida buena, al
que ve la conciencia en su interior.
2. Agradar a los hombres por Dios y para Dios.
Nos dice el Apóstol: Si aún buscase agradar
a los hombres, no sería siervo de Cristo, a pesar de haber dicho en
otro lugar: Como procuro yo agradar a todos en todo. Los que no
entienden, creen ver oposición en ambos pensamientos; pero, en realidad, lo que
quiere decir al afirmar que no agrada a los hombres, es que no obra bien por
complacerlos a ellos, sino a Dios, cuyo amor quiere dirigir los corazones
humanos complaciéndolos. Por eso dice con razón que no procuraba agradar a los
hombres, porque hasta cuando los contentaba lo hacía por Dios, y si manda a los
fieles que agraden a los hombres, no es para que apetezcan esta complacencia
como premio de sus obras, sino porque es imposible agradar a Dios sin mostrarse
como ejemplo a los que queremos salvar, y es imposible mostrarse como ejemplo y
que nos imiten si no les agradamos. Tampoco es un absurdo decir: Cuando busco
el barco, no busco el barco, sino la patria a que me dirijo-
3. Castigo del hipócrita.
Cuando hagas, pues, limosnas, no vayas tocando
la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las
calles, para ser alabados de los hombres. No te empeñes en que te conozcan,
como los hipócritas. Todos sabemos que los hipócritas no llevan en su corazón
lo que muestran a los ojos de los hombres. Son simuladores disfrazados de personas
distintas de la propia, como ocurre en las fabulas escénicas. En efecto, el
finge que es justo y no lo practica, porque pone todo el fruto en las
alabanzas de los hombres; fruto que también los simuladores, engañando a
aquellos hombres que los creen buenos y los alaban, pueden conseguir. Pero
estos tales no recibirán el premio de Dios, que lee los corazones, sino el
suplicio de su mentira; ya recibieron su premio de los hombres, y con toda
razón se les dirá: Separaos de mí, operarios mentirosos; utilizasteis mi
nombre y no hicisteis mis obras.
Universalidad de la concupiscencia.
4. La vida del justo es una guerra, no un triunfo
Los hombres sienten una inclinación al pecado
que apenas pueden contener, y por eso, en cuanto oyen que el Apóstol dice: No
hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, obran el mal, e
imaginándose que no les place haberlo obrado, se creen ya semejantes al
Apóstol.
En primer lugar, recordad lo que habéis oído
tantas veces gracias a Dios: que la vida del justo, mientras permanece en este
cuerpo, es una guerra y no un triunfo. Un día llegará el triunfo de esa guerra.
Por eso el Apóstol ya lanza gritos guerreros, ya entona voces triunfales.
Habéis oído el grito de la guerra: No hago el bien que quiero, sino el mal
que no quiero. Si, pues, hago lo que no quiero, reconozco que la
ley es buena. Queriendo hacer el bien, es el mal lo que se apega; pues siento
otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la
ley del pecado. En esas voces de repugnancia y de cautividad, ¿no conoces el
grito de la guerra? No es la hora del triunfo todavía, pero también este ha de
llegar. El mismo Apóstol te lo enseña y dice: Es preciso que lo corruptible
se vista de incorrupción: Ése es el grito triunfal. Entonces se cumplirá
lo que está escrito: La muerte ha sido absorbida por la victoria. Gritan
los triunfadores: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria? Vivimos
ahora en la guerra. Los que todavía no hayan querido pelear no entenderán lo
que se dijo; los que peleáis lo entenderéis; mi voz resonará y la vuestra
hablará en silencio.
5. Hay que vivir según el espíritu y no según la carne
Ante todo, recordad lo que San Pablo escribía
a los gálatas, lugar en que expuso claramente esta doctrina. Hablando a los
fieles y a los bautizados, a los que se les habían perdonado en aquel santo
lavatorio todos los pecados; hablando, pues, a los que luchaban, les dice: Andad
en espíritu y no deis satisfacción a las concupiscencias de la carne. No
dice no hagáis, sino 110 perfeccionéis. ¿Por qué? Porque, continúa, la carne
tiene tendencias contrarias a las del espíritu, pues una y otro se
oponen de modo que no hagáis lo que queréis. Pero si os guiáis por
el espíritu, no estáis bajo la ley; pero si, ciertamente, bajo la gracia. Si
os guiáis por el espíritu. ¿En qué consiste guiarse por el espíritu? En consentir
a los mandatos del espíritu de Dios y no a los deseos de la carne. Sin embargo,
ésta desea y se resiste, quiere algo que tú no quieres; persevera, y tú te
opones.
San Agustín, tomado del boletín Fides n° 1069.