A SANTIFICAR TU MATRIMONIO…!!!
Los casados están llamados a santificar su
matrimonio y a santificarse en esa unión; cometerían por eso un grave error, si
edificaran su conducta espiritual a espaldas y al margen de su hogar. La vida
familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el
esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y
mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social,
todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben
sobrenaturalizar.
Es Cristo
que pasa, 23
Disfrutar del propio hogar
Pero que no olviden que el secreto de la felicidad
conyugal está en lo cotidiano, no en ensueños. Está en encontrar la alegría
escondida que da la llegada al hogar; en el trato cariñoso con los hijos; en el
trabajo de todos los días, en el que colabora la familia entera; en el buen
humor ante las dificultades, que hay que afrontar con deportividad; en el
aprovechamiento también de todos los adelantes que nos proporciona la
civilización, para hacer la casa agradable, la vida más sencilla, la formación
más eficaz.
Conversaciones,
91
Convivencia
Fomenta tu espíritu de mortificación en los
detalles de caridad, con afán de hacer amable a todos en el camino de la
santidad en medio del mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra
del espíritu de penitencia.
Forja,
149
Que sepas, a diario y con generosidad, fastidiarte
alegre y discretamente para servir y para hacer agradable la vida a los demás.
—Este
modo de proceder es verdadera caridad de Jesucristo.
Forja,
150
Has de procurar que, donde estés, haya ese “buen
humor” —esa alegría—, que es fruto de la vida interior.
Forja,
151
Cuídame el ejercicio de una mortificación muy
interesante: que tus conversaciones no giren en torno a ti mismo.
Forja,
152
Libertad y responsabilidad
Los
padres pueden y deben prestar a sus hijos una ayuda preciosa, descubriéndoles
nuevos horizontes, comunicándoles su experiencia, haciéndoles reflexionar para
que no se dejen arrastrar por estados emocionales pasajeros, ofreciéndoles una
valoración realista de las cosas. Unas veces prestarán esa ayuda con su consejo
personal; otras, animando a sus hijos a acudir a otras personas competentes: a
un amigo leal y sincero, a un sacerdote docto y piadoso, a un experto en
orientación profesional.
Pero el
consejo no quita la libertad, sino que da elementos de juicio, y esto amplía
las posibilidades de elección, y hace que la decisión no esté determinada por
factores irracionales. Después de oír los pareceres de otros y de ponderar todo
bien, llega un momento en el que hay que escoger: y entonces nadie tiene
derecho a violentar la libertad.
Los padres han de guardarse de la tentación de
querer proyectarse indebidamente en sus hijos —de construirlos según sus
propias preferencias—, han de respetar las inclinaciones y las aptitudes que
Dios da a cada uno. Si hay verdadero amor, esto resulta de ordinario sencillo.
Incluso en el caso extremo, cuando el hijo toma una decisión que los padres
tienen buenos motivos para juzgar errada, e incluso para preverla como origen de
infelicidad, la solución no está en la violencia, sino en comprender y —más de
una vez— en saber permanecer a su lado para ayudarle a superar las dificultades
y, si fuera necesario, a sacar todo el bien posible de aquel mal.
Conversaciones,
104
Amigos de
vuestros hijos
Los padres son los principales educadores de sus
hijos, tanto en lo humano como en lo sobrenatural, y han de sentir la
responsabilidad de esa misión, que exige de ellos comprensión, prudencia, saber
enseñar y, sobre todo, saber querer; y poner empeño en dar buen ejemplo. No es
camino acertado, para la educación, la imposición autoritaria y violenta. El
ideal de los padres se concreta más bien en llegar a ser amigos de sus hijos:
amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los
problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable.
Es Cristo que pasa, 27
Es Cristo que pasa, 27
Hijos y
vida familiar
El matrimonio —no me cansaré nunca de repetirlo— es
un camino divino, grande y maravilloso y, como todo lo divino en nosotros,
tiene manifestaciones concretas de correspondencia a la gracia, de generosidad,
de entrega, de servicio. El egoísmo, en cualquiera de sus formas, se opone a
ese amor de Dios que debe imperar en nuestra vida. Este es un punto
fundamental, que hay que tener muy presente, a propósito del matrimonio y del
número de hijos.
Conversaciones,
93
Rectitud
en la vida matrimonial
No es el número por sí solo lo decisivo: tener
muchos o pocos hijos no es suficiente para que una familia sea más o menos
cristiana. Lo importante es la rectitud con que se viva la vida matrimonial.
Conversaciones, 94
Sentido
de la educación
Cuando alabo la familia numerosa, no me refiero a
la que es consecuencia de relaciones meramente fisiológicas; sino a la que es
fruto de ejercitar las virtudes cristianas, a la que tiene un alto sentido de
la dignidad de la persona, a la que sabe que dar hijos a Dios no consiste sólo
en engendrarlos a la vida natural, sino que exige también toda una larga tarea
de educación: darles la vida es lo primero, pero no es todo.
Conversaciones, 94
Choque
generacional
El problema es antiguo, aunque quizá puede
plantearse ahora con más frecuencia o de forma más aguda, por la rápida
evolución que caracteriza a la sociedad actual. Es perfectamente comprensible y
natural que los jóvenes y los mayores vean las cosas de modo distinto: ha
ocurrido siempre. Lo sorprendente sería que un adolescente pensara de la misma
manera que una persona madura. Todos hemos sentido movimientos de rebeldía
hacia nuestros mayores, cuando comenzábamos a formar con autonomía nuestro
criterio; y todos también, al correr de los años, hemos comprendido que nuestros
padres tenían razón en tantas cosas, que eran fruto de su experiencia y de su
cariño. Por eso corresponde en primer término a los padres —que ya han pasado
por ese trance— facilitar el entendimiento, con flexibilidad, con espíritu
jovial, evitando con amor inteligente esos posibles conflictos.
Conversaciones,
100
Confianza
La clave suele estar en la confianza: que los
padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión
de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con
responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la
confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de
haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no
se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar siempre.
Conversaciones, 100
Conversaciones, 100
Educación en la piedad
En todos los ambientes cristianos se sabe, por
experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a
la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al
Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar
a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el
ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica
que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente
piadosos, para poder transmitir —más que enseñar— esa piedad a los hijos.
Conversaciones,
103
Ejemplo
Que los niños vean en sus padres un ejemplo de
entrega, de amor sincero, de ayuda mutua, de comprensión; y que las pequeñeces
de la vida diaria no les oculten la realidad de un cariño, que es capaz de
superar cualquier cosa.
Conversaciones, 108
Conversaciones, 108
Dedicar
tiempo a los hijos
Escuchad a vuestros hijos, dedicadles también el
tiempo vuestro, mostradles confianza; creedles cuanto os digan, aunque
alguna vez os engañen; no os asustéis de sus rebeldías, puesto que
también vosotros a su edad fuisteis más o menos rebeldes; salid a su encuentro,
a mitad de camino, y rezad por ellos, que acudirán a sus padres con sencillez
—es seguro, si obráis cristianamente así—, en lugar de acudir con sus legítimas
curiosidades a un amigote desvergonzado o brutal. Vuestra confianza, vuestra
relación amigable con los hijos, recibirá como respuesta la sinceridad de ellos
con vosotros: y esto, aunque no falten contiendas e incomprensiones de poca
monta, es la paz familiar, la vida cristiana.
Es Cristo que pasa, 29
Es Cristo que pasa, 29
Proyección social
De acuerdo: mejor labor haces con esa conversación
familiar o con aquella confidencia aislada que perorando —¡espectáculo,
espectáculo!— en sitio público ante millares de personas.
Sin
embargo, cuando hay que perorar, perora.
Camino,
846
San Josemaria Escrivá de Balaguer
Escritos Varios
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